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Cinco Verdades los Jóvenes Necesitan Asimilar para la Vocación

“Dios tiene un plan para tu vida. Su plan va a ser el camino a tu mayor felicidad.” Esto me decían mis papás cuando era joven. Pero yo crecí tocando los tambores e imaginaba ser un músico famoso. Eso me parecía el camino a la mayor felicidad en esta vida.

Tenía 14 años cuando experimente el amor  de Dios. Por primera vez, considere preguntarle directamente a Dios, “¿Qué es lo que Tú quieres de mí?” Esta pregunta cambió todo para mi.

Al año, me quedó claro que Dios quería que intentara el seminario (el discernimiento oficial para el sacerdocio). Aunque en el momento me trajo mucha felicidad, tomé un camino lleno de distracciones que estaban más a mi alcance, aparentemente más cercanas que el seminario.

Pasaron años en los cuales dejé de relacionarme directamente con Dios, me puse de novio y avance en una carrera de ingeniería. Creo firmemente que Dios obró enormemente en mí todo ese tiempo.

En mi caminar, aprendí estas cinco verdades que los jóvenes necesitan asimilar para descubrir su vocación:

1. Dios no es caprichoso

Si una persona quiere armar un rompecabezas, tiene que hacer un esfuerzo de razonamiento para conectar las diferentes piezas y eventualmente completarlo. Muchas personas creen  que discernir una vocación es una prueba muy parecida a un rompecabezas. Exige un esfuerzo de razonamiento para unir las piezas y buscar señales hasta que finalmente resolvemos el “problema” y vemos con claridad cuál es nuestro llamado.

La vocación se trata de descubrir el propósito de  Dios para nuestra vida, ¡algo de suprema importancia en el corazón de un joven! He escuchado a muchos jóvenes decir, “¿Por qué Dios me la pone tan difícil? ¡¿Qué tal si escojo la vocación equivocada por error?!” Pareciera que Dios quisiera romper sus cabezas.

Este modo de pensar niega la bondad de Dios. Nuestra vocación no es nuestro proyecto.

Dios no es un caprichoso que nos hace la  vida difícil para encontrar nuestra verdadera vocación. ¡Dios es amor! Eso quiere decir que Él nos ayuda y nos guía, dándonos toda la gracia necesaria día a día. Y — en las palabras de Cantinflas — ¡ahí está el detalle! Necesitamos paciencia.. La paciencia consiste en confiar en la bondad de Dios, Él no nos la pone difícil si no que nos da “el pan de cada día” — lo necesario para serle fiel cada momento, cada día.

2. Ser célibe no contradice al matrimonio — lo complementa

Cualquier persona que ha hablado con jóvenes sobre el sacerdocio ha escuchado la respuesta, “Yo no podría ser célibe. ¡Me gustan demasiado las mujeres!” Lógico, ¿no? Para empezar, si un joven siente que no puede dominar sus impulsos, ¡no está listo para casarse! Si el joven se cree capaz de dominar sus impulsos por amor y respeto a su esposa, les explico que eso es ser célibe: mantener dominio de los impulsos por amor y respeto a la Esposa de Cristo — su Santa Iglesia Católica.

En realidad, el sacerdote sí se casa. Al igual que los esposos dan sus vidas por sus esposas, la Biblia explica que Jesús toma a la Iglesia como su esposa y se entrega a ella como esposo. “Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella” (Efesios 5,25). Al unirse a Jesucristo el sumo sacerdote por el Sacramento del Órden, el sacerdote toma a la Iglesia como esposa y entrega toda su vida por ella.

Esto lo he sentido de manera tangible y contínua, en las buenas y en las malas. La Iglesia no pidió mi entrega total solo una vez, si no que me la pide todo los días. Y lo más maravilloso es que, día tras día, “encuentro mi fuerza y mi alegría en ser aceptado como ofrenda personal a la Iglesia”, por quien doy mi vida. Esta es la felicidad del matrimonio. Esa es la felicidad del sacerdocio: la entrega total.

3. Ser sacerdote no significa ser un ángel

Muchos jóvenes piensan, “Yo no pudiera ser sacerdote porque tengo muchas faltas y debilidades.” Y peor aún, me ha tocado escuchar madres y padres de jóvenes que se han reído al escuchar que su hijo siente el llamado al sacerdocio y dicen: “Pero si tú ni siquiera limpias tu cuarto cuando te lo pido. No sabes obedecerme. ¿Como vas a ser un sacerdote si eres tan mal portado?” Con semejantes palabras, ¿cuántas auténticas vocaciones se habrán truncado?

Recuerden a quienes llamó Cristo. A Pedro, que negó a Cristo en el momento más importante de su vida. A Pablo, quien persiguió y dio muerte a muchos cristianos. Sin embargo, Cristo llamó a estos hombres débiles y les dió su gracia para convertirlos en hombres fieles fieles a Él y a su Iglesia. San Pablo nos compartió la respuesta de Dios que clarifica la gracia que también hoy les ofrece a nuestros jóvenes: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza se realiza plenamente en lo débil” (2 Corintios 12,9). En su sabiduría, Dios manifiesta su presencia y su poder más efectivamente por obras divinas hechas por hombres débiles que por manifestaciones de ángeles.

4. Dios toma la iniciativa

Esto es una muy buena noticia porque es muy fácil que un joven se pierda en la multitud de sus pensamientos. Si piensa que encontrar la vocación es como resolver un rompecabezas mientras Dios se desespera, se cansa al considerar las innumerables opciones y probabilidades. El joven queda abrumado, lleno de ansiedad y hasta puede llegar a perder la esperanza.

Pero la verdad que encontramos en la Biblia es que Dios siempre toma la iniciativa. El creó al mundo sin impulso, el llamó a Moisés cuando estaba caminando sin destino; Dios escogió a David a ser  rey cuando era solo un joven pastor de ovejas. Dios toma la iniciativa.

Él nos habla y nos guía continuamente. Pero como buen guía, no nos da de golpe todos los pasos que vamos a tomar en toda nuestra vida. No, nos lleva paso a paso. Esto revela lo que nos toca hacer a nosotros: escuchar, estar siempre atentos a su voz, por medio de la oración y las enseñanzas de la Iglesia.

5. Una relación personal con Dios es la raíz de la vocación

Durante un noviazgo de casi cuatro años, llegué a pensar que si Dios quería que me casara, sería con esta novia con quien lo haría. Pero al decirme esas palabras, noté que dentro de mi, sentia un vacio. Cuando estaba con mi novia, me sentía feliz. Pero a solas y en el silencio, notaba ese vacío, sentía que algo me faltaba.

Por casi cuatro años de este noviazgo, yo hacía mis oraciones pero no le preguntaba a Dios, “¿Qué es lo que Tú quieres de mí?” Cuando me acerqué más a Dios después de un retiro,comencé de nuevo a hacer mi oración personal, notaba que pensar en el seminario me atraía, y me causaba gozo y paz. Se empezaba a llenar ese  vacío que había dentro de mi.

Para abrirme a un futuro diferente y mejor al que yo soñaba, Dios tuvo que enseñarme un amor más fuerte que mi amor a la música — un amor personal. Eso fue muy fácil para Dios.

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“Discernir” tiene dos significados. El primero es ver o reconocer. El segundo es distinguir o separar. Para descubrir nuestra vocación, es necesario esforzarnos para reconocer la voz de Dios y distinguirla de entre las voces ajenas. La voz de Dios se escucha en el silencio y trae siempre gozo y paz. Las ansiedades y miedos — el vacío — nunca vienen de Dios.

Hay que inculcar el silencio como parte de la oración en nuestros jóvenes. Acuerden lo que comentó St. Teresa de Calcuta: “El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz.”

Cuando Dios indicó el tiempo adecuado, me aclaró que no tendría paz hasta que le diera una oportunidad al sacerdocio. Y cada año que pasaba en el seminario, aumentaba mi gozo y mi paz. Esto es lo que confío que Dios concede a cada uno de sus hijos e hijas, en el momento adecuado. Yo encontré la voluntad de Dios en el sacerdocio. Con mucha alegría les aseguro que  me ha traído mucha más felicidad que la que imaginaba encontrar como músico.

About the Author

Fr. Fernando Camou

Fr. Camou grew up in Glendale, AZ as one of five children who enjoyed music, soccer, and serving as an altar server and musician at his home parish. At age 14 during Adoration at a retreat, he had a profound sense of the Lord’s Eucharistic presence, and faith became his own. He finally asked, “What does God want me to do?” Though priesthood was a possibility from the start, four years of dating, college, and music would pass before entering seminary. This led to seven years of studies and formation for his greatest joy and mission: priesthood. FFr. Camou is now in the midst of an exciting first year as chaplain of St. John Paul II Catholic High School in addition to his duties as Assistant Vocations Director for the Diocese of Phoenix.